Decir que si cuando nos piden ayuda, un favor, un extra en el trabajo, una petición que no nos apetece en exceso... No es obligatorio.
Me gustaría partir de la base del conocimiento de nuestros propios derechos asertivos: decir que no es uno de ellos, y hacerlo sin sentir culpa va ligado al mismo, de la misma manera que si nosotros pedimos algo, no es obligatorio (ni recomendable siempre) esperar que nos contesten que sí "porque es cómo debería ser".
Analicemos cómo es nuestro punto de partida ante una petición, bien hecha hacia nosotros o bien si somos nosotros quienes la realizamos: podemos pensar en las posibilidades que existen de que nos contesten que si, que no, que nos contesten de manera inmediata o que se lo tengan que pensar o consultar. Igualmente nos puede pasar a nosotros si somos quien tenemos que realizar la elección.
Y ahora, para valorar esa contestación, pensemos cómo es nuestra "base". ¿Somos ayudadores? ¿Nos importa el qué dirán? ¿Nos imponemos muchas normas de comportamiento?
Son diferentes factores los que pueden influirnos a la hora de tomar una decisión, sin embargo, en ocasiones puede que estemos contestando o esperemos que nos contesten fijándonos en lo correcto más que en lo que realmente me apetece o "me sale".
Los "debería" son un tipo de pensamiento basado en imperativos. Utilizamos, en la mayoría de ocasiones, una forma de pensar exigente, de manera absolutista y rígida, como si fueran dogmas acerca de uno mismo ("debo o tengo que"), acerca de los demás ("deben o tienen que"), o acerca de la vida ("la vida no debería ser así").
Si basamos nuestras contestaciones, o esperamos que las que recibimos vayan en esta línea anterior, estamos generando unas expectativas rígidas que se alejan bastante de escucharnos a nosotros mismos o de empatizar con la otra persona. Por ejemplo: si yo hago un favor, porque me sale, me apetece, ha surgido así y lo hago voluntariamente, ¿tengo que esperar que esa persona "deba" devolvérmelo llegado el caso?
La respuesta sería no.
Así que pensemos las situaciones en las que en ocasiones hemos podido decir que si cuando en realidad lo que queríamos era lo contrario. Puede que después, lejos de sentirnos genial, nos hayamos sentido enfadados, frustrados e incluso con ira. ¿Merece la pena? Seguramente eso nos lleva a un comportamiento exigente respecto a esa persona porque "nos lo debe".
Aquí entran en juego las consecuencias, una forma de entrenar también el autocontrol. Pensemos en lo que nos puede reportar esa actitud o puede reportar a la otra persona, tanto si decido hacerlo como si no. Con esta técnica, identificaremos mejor lo que puede ocurrir y analizaremos más objetivamente lo que creo que quiero hacer (o no hacer).
Diferenciemos también las obligaciones reales de las que no lo son. En muchas ocasiones, si que existen una serie de normas que tenemos que cumplir; esas situaciones son distintas, y está genial también distinguirlas para que no nos lleven a frustración, sino a un desempeño eficaz de lo que tengamos que hacer en un momento determinado. Obviamente, vamos a seguir teniendo responsabilidades que atender, normas que cumplir y aspectos que aceptar como vengan. En estas últimas no entran en juego nuestras expectativas, sino nuestras ganas, nuestra forma de trabajo y desempeño e incluso la motivación.
En resumen: decir que no sin sentir culpa es un derecho que podemos valorar pensando en las consecuencias y analizando como nos sentimos. Es recomendable utilizar una forma de comunicación asertiva y ser congruentes y consecuentes con nosotros mismos.
Os animo a que probéis, identifiquéis y analicéis una situación en la que vayáis a decir que no y registréis como os habéis sentido y las consecuencias.
¡Manos a la obra!💪
Un abrazo grande🤗
Paula Tovar
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