La ansiedad es una de las mayores causas de malestar psicológico y emocional, tanto en la población general como en pacientes que acuden a terapia. La ansiedad en sí no es algo tangible, que exista o se pueda ver, sino que surge de nuestras propias percepciones y pensamientos, cuando nuestro cerebro activa una señal de alarma porque percibimos un peligro o una situación como estresante, aunque en ocasiones puede no serlo.
También es importante diferenciar la ansiedad "normal", cotidiana, de la ansiedad que podría resultar patológica o incapacitante.
En la primera, si que existe una situación real o estimulo estresante que va a hacer que nuestro cerebro u organismo se ponga en alerta y prestemos atención a aquello que nos está resultando amenazante. Incluso en muchas ocasiones es necesario cierto nivel de estrés o ansiedad ante las situaciones (por ejemplo, imaginad que tenemos un examen y nos presentamos en él con un nivel de activación tan bajo que nos entra sueño).
La ansiedad patológica o que nos resulta más tediosa para afrontar nuestro día a día, es aquella que nuestra mente ha aprendido a generalizar o a condicionar y por tanto, no existen estímulos reales que afrontar, sino pensamientos de anticipación e incertidumbre que ponen nuestros sistemas en alerta.
Nuestro organismo se pone "en guardia" para hacer frente a esa amenaza (probablemente no real), por lo que el cerebro capta esas órdenes como si existiera un peligro real, y se ponen en marcha diferentes mecanismos (la amígdala se hiperactiva, se segrega más cantidad de cortisol...)
La ansiedad suele generar sentimientos de inquietud, preocupación, miedo, e incluso terror o pánico.
A nivel fisiológico, se pueden notar síntomas en nuestro cuerpo como sensación de malestar, dolor de cabeza, estómago, sudoración, frío o calor, temblores...
Ninguna sensación que esté producida por la ansiedad en cualquier ámbito o nivel, resulta agradable; Además, "luchar" contra ella no resulta demasiado fácil, ya que de manera muy probable va a existir un bucle a raíz del pensamiento : "no quiero pensar o sentir que me ocurra...", lo que de manera automática activa pensamientos que disparan nuestras alarmas y hacen que nuestra atención se centre en si nos pasa algo o no.
"Pensar en que no queremos pensar en algo ya es centrar en eso nuestra atención, y aparece la frustración de querer borrar de nuestra mente un pensamiento, sin embargo aparece el efecto contrario: fortalecerlo".
Encontrarnos en un estado de ansiedad hace que sin querer generemos sesgos cognitivos, o lo que es lo mismo, que seleccionemos la información basándonos en variables que estemos sintiendo en ese momento y por lo tanto atenderemos, interpretaremos o recordaremos más fácilmente un tipo de información sobre otra. Nuestra atención es como una "visión en túnel": prestamos atención de forma exclusiva a aquello que se relaciona con la amenaza que percibimos.
La buena noticia es que la ansiedad, a través de entrenamiento, tratamiento y técnicas del control de la activación (relajación, respiración...) se puede controlar y manejar, hasta tal punto que desaparezca por completo de nuestra vida y nuestra atención pueda focalizarse y centrarse en otros puntos. Ese bucle del pensamiento, poco a poco se irá olvidando y ya no solo seremos conscientes de esos estímulos que resultaban amenazantes.
Que alguna vez hayamos tenido o sentido ansiedad, no significa que siempre vayamos a hacerlo o que siempre vaya a estar presente. Mucha gente experimenta una vez ansiedad y nunca vuelve a hacerlo.
Vivamos como si nunca la hubiéramos experimentado y de esa manera, nuestros pensamientos "ignorados" perderán la fuerza necesaria para causar malestar.
Un abrazo,
Paula Tovar
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